
A su lado, otro señor de igual vestimenta, éste más espigado. "Estamos en política para servir, Carlos", le dijo al primero tras acabar su discurso. Más risas y aplausos. La ilusión se desbordaba. Nadie intuía-o quizá algunos sí-que lo que se iba a desbocar eran millones de euros de los valencianos. Desaparecieron de las arcas públicas como los aviones del aeropuerto. Se esfumaron tan rápido como el personal de la instalación, conscientes con el paso de los meses que iban a trabajar en un sitio fantasma impregnado de vergüenza, traición y corrupción política. Hasta hoy...
Ser un héroe sin saberlo. Entrar la historia por casualidad. Lograr un éxito tan fulgurante con tal solo coger un avión.
Pero no vale un aeroplano cualquiera. Debe ser uno que aterrice en pista virgen, en una carretera donde solo el sol, la lluvia y la nieve la hayan besado. Un asfalto que conocía polvo, pájaros y algún conejo despistado, muy distintos al movimiento tan hercúleo y plástico que provocan las ruedas de un avión aterrizando.
Hoy 189 personas se han visto protagonistas del día, copando las portadas nacionales. Son los pasajeros del vuelo de Ryanair procedente de Londres. Ancianos jubilados y jóvenes universitarios en su mayoría. Todos se sorprendían del revuelo mediático nada más aterrizar: fotos, cámaras, micrófonos y periodistas. Y en medio, familiares y curiosos.
Ovación a la llegada de las estrellas improvisadas. Palmadas vergonzosas en su fondo. Vítores tras casi un lustro de fracaso. Aplausos de desahogo de toda una Comunidad engañada y robada.
Por cierto, la aeronave aterrizó quince minutos antes de lo previsto. Solo faltaba que el primer avión del aeropuerto llegara con retraso. Cuatro años ya son suficientes.
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