miércoles, 7 de mayo de 2014

El arquitecto del Guggenheim Frank Gehry, Príncipe de Asturias de las Artes

El arquitecto Frank Gehry, canadiense de 85 años, ha ganado el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, tal y como ha fallado hoy el jurado en Oviedo.
Sus miembros resaltan la "relevancia y repercusión de sus creaciones" que se caracterizan por "un juego virtuoso de materiales poco comunes, y por su innovación tecnología".
José Llado, presidente del jurado, ha calificado su arquitectura como "abiera, lúdica y orgánica" resaltandos sus dos grandes creaciones: las bodegas de Marqués de Riscal y el Museo Guggenheim de Bilbao.
Gehry se impuso en la votación final al videoartista estadounidense Bill Viola.




Con 85 años, diseñando sombreros para Lady Gaga o joyas para Tiffany’s al tiempo que reinventa la capacidad expresiva de los rascacielos, Frank Gehry (Toronto, 1929) es el icono de la arquitectura icónica. Premiarlo implica valorar esta disciplina como él mismo siempre la ha defendido: como un arte por encima de cualquier otra implicación o consecuencia. En ese sentido la decisión del jurado del Príncipe de Asturias de las Artes es o valiente o inconsciente. Perpetuando el reconocimiento al componente plástico -por encima de valores sociales o económicos- contrasta con la línea actual de la arquitectura que busca contactar con la sociedad transformándose en una disciplina más necesaria que visual.

Con todo, el talentoso autor del Museo Guggenheim de Bilbao (1997) -posiblemente su mejor trabajo aunque la crítica norteamericana se inclina por el posterior Auditorio Disney de Los Angeles (2003)- es hoy, indiscutiblemente, una marca. Amigo de cantantes y actores y convertido en “el arquitecto más importante de nuestro tiempo”, según la revista Vanity Fair -que la web Gehry Technologies cita como referencia- el canadiense ha llegado a ser un personaje de los Simpson (un arquitecto que veía como su auditorio se convertía en prisión) y es conocido, y celebrado, por el gran público, algo insólito para los arquitectos vivos.

Afincado en Santa Mónica (California), donde construyó ayudándose de materiales de ferretería su propia vivienda (1978) –un proyecto que le reportaría fama mundial- Gehry celebró su 82 cumpleaños en Nueva York, en el piso 76 de su Torre Spruce (2010), su primer rascacielos y, a la vez, el primer inmueble que, aceptando la inminente densificación de los centros urbanos, apostaba por llevar expresión a las fachadas de los edificios en altura. ¿Qué arquitecto del mundo festejaría su cumpleaños con el cantante de U2? Aquel 29 de febrero a sus amigos de siempre -el escultor pop Claes Oldenburg- se unieron sus compañeros de estatus: la actriz Candice Bergen o Bono. El arquitecto dijo entonces que levantar un rascacielos en Manhattan –“la ciudad a la que mi padre llegó como inmigrante”- era importante para él.

A pesar de ser un proyectista sumamente osado, Gehry arrastra una biografía de miedos. Dejó de ser Frank Owen Goldberg para convertirse en Gehry en 1954, cuando tenía 25 años y dos hijas. Wikipedia asegura que su primera mujer le impulsó a cambiarse el nombre. Él, más elegante, ha explicado que lo hizo por miedo a que esas hijas de su primer matrimonio sufrieran por ser judías el acoso que él había padecido de niño en Toronto.

Tras décadas firmando edificios cúbicos y blancos, hijos del movimiento moderno, Gehry encontró su oportunidad transformando su casa. Corrían los últimos años de la década de los setenta, tenía 50 años y se atrevió a ser un arquitecto artista. Pudo serlo fracturando el espacio del Museo Aeroespacial de Los Ángeles (1984) y colgando de esa fachada un jet para anunciar el edificio. Por entonces llegó a Alemania para firmar el Vitra Design Museum, su primer encargo europeo (1989). Así, cuando ese mismo año consiguió el premio Pritzker, Gehry no había firmado los edificios que le reportarían fama fuera del ámbito arquitectónico y que colocarían a Bilbao entre los destinos del mundo. La ciudad española sacó lo mejor del arquitecto, pero esa valentía tuvo una mala digestión -conocida como efecto Guggenheim- al despertar la envidia de los alcaldes menos imaginativos decididos a inaugurar sus propios monumentos.

Por eso hoy, cuando algunos de sus edificios no encuentran acuerdo a la hora de ser juzgados como los más creativos o los más torturados, la acusación de autoparodiarse lo persigue en la prensa especializada. Los cuerpos encorsetados del Stata Center (2004) en Cambridge (Massachusetts) recuerdan a la Casa Danzante (1996) que mira al Moldava en Praga. Más allá del alcance del eco estilístico del arquitecto, el Massachusetts Institute of Technology, MIT, lo denunció cuando el mencionado Stata Center se agrietó y se llenó de goteras.

Así, entre encargos, reconocimiento, premios y crítica, Gehry se ha cansado de repetir que la expresión de sus trabajos no es un capricho sino el resultado de rigurosas investigaciones. Para investigar fundó una empresa que calcula los volúmenes imposibles de proyectos como los suyos. Gehry tecnologies ofrece sus servicios a quienes no se conforman con la frialdad moderna. Se podría decir que hoy esa empresa es el laboratorio que, a finales de los 70, fue su propia vivienda en Santa Mónica. Puede que limitar la expresión plástica aparte de la arquitectura a talentos creativos como el de Gehry. En cualquier caso, más allá de su efecto, el Guggenheim dejó claro que no todo el mundo es capaz de diseñar un Guggenheim.

El acta del jurado ha reconocido la relevancia y la repercusión de sus creaciones con las que ha definido e impulsado la arquitectura del último medio siglo y ha destacado que sus edificios se caracterizan por un "juego virtuoso con formas complejas, por el uso de materiales poco comunes, como el titanio, y por su innovación tecnológica, que ha tenido repercusión también en otras artes".

Del jurado, presidido por el empresario José Lladó, formaron parte entre otros, la fotógrafa Ouka Leele; el director de la Academia Española de Cine, Enrique González Macho; el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza; la presidenta de ABC, Catalina Luca de Tena, y el duque de Huéscar, Carlos Fitz-James Stuart Martínez de Irujo.

El de las Artes, al igual que los otros siete premios que concede anualmente la Fundación Príncipe de Asturias, está dotado con una escultura de Joan Miró -símbolo representativo del galardón-, la cantidad en metálico de 50.000 euros, un diploma y una insignia.

El pasado año el galardón fue para el cineasta austríaco Michael Haneke, que se sumó así a una lista de premiados integrada, entre otros, por Rafael Moneo, Riccardo Muti, Richard Serra, Norman Foster, Woody Allen, Paco de Lucía, Bárbara Hendricks, Vittorio Gassmann, Fernando Fernán Gómez, Bob Dylan, Miquel Barceló, Pedro Almodóvar, Óscar Niemeyer, Eduardo Chillida y Luis García Berlanga.

Fuente: El País

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