Así, la Fuerza Aérea israelí planea un ataque contra las lanzaderas situadas en el norte de la Franja. Hamas, por su parte, ha pedido a sus ciudadanos que no abanadonen sus casas, pero han sido ya más de 4.000 habitantes los que se han desplazado a los centros comunitarios del sur de la región.
El Gobierno de Hamas respondió a los continuos ataques lanzando más de 800 proyectiles que causaron una decena de heridos en Israel. Palestina acusa además de "ataques indiscriminados contra mujeres y niños palestinos".
Mientras, Israel se jacta de sus éxitos bélicos en otra nota: "hemos destruido más de 60 lanzaderas subterráneas, dos complejos militares, varios campos de entrenamiento, 17 fábricas de armas y 23 casas de cabecillas de los grupos terroristas".
Con la ONU mirando hacia otro lado, el futuro del conflicto se debate entre nuevas ofensivas terrestres o una tregua temporal.
Para llegar a lo que fue la residencia de discapacitados de Beit Lahia bastaba con seguir ayer, en sentido inverso, las huellas de sangre húmeda que dejaron los pies descalzos de la enfermera Salwa Abu Alqamsam tras la explosión que la dejó herida. Cuentan en esa localidad norteña de Gaza que los aviones israelíes mandaron un cohete de advertencia a las cuatro y veinte de la madrugada. Cinco minutos después cayó un potente misil sobre la residencia. Murieron Saha Abu Saada y Ola Wishahi, dos mujeres incapaces de moverse. Otros tres pacientes sufrieron heridas. Nadie sabe por qué Israel eligió este objetivo, aunque en el vecindario aventuran que un antiguo inquilino del piso de arriba podría ser militante de la Yihad Islámica. Se mudó hará un mes.
Un vecino llamado Sadala el Masri explicaba que, tras
escuchar el cohete de advertencia que a veces disparan los israelíes para
alertar de un ataque inminente, muchos se quedan en casa por miedo. Él no dejó
la cama porque se sentía más seguro que fuera. Los discapacitados físicos no
tuvieron elección. Pero a El Masri le tocó el boleto ganador.
No así a Yusef y Anas Qandil, padre e hijo de 38 y 18 años.
Sabían que su edificio del campo de refugiados de Yabaliya había vivido cierto
líder yihadista. Por eso salieron de casa al escuchar una explosión de aviso en
la noche del viernes. Se sentaron a distancia prudencial, con unos vecinos. Los
golpeó un pequeño proyectil de precisión, de los que disparan los aviones no
tripulados (drones) israelíes que sobrevuelan Gaza día y noche. Dejan un cráter
minúsculo cuando explotan. Su onda expansiva mata en un radio limitado de 10 o
12 metros.
Mientras, al caer la noche crecía en Gaza el temor a una invasión
terrestre israelí. El Ejército pidió a los vecinos del norte de la Franja
que evacuaran sus casas. Avisó que en las próximas horas lanzaría un “ataque
importante”.
Fuentes palestinas ya contaban hoy 167 palestinos muertos,
entre ellos al menos 30 niños. El número de heridos superaba los 1.000. En los
más de 1.100 ataques contra casas de presuntos militantes de Hamás y la Yihad
Islámica y las estructuras de ambas organizaciones islamistas, Israel no había
matado aún anoche a ninguno de sus dirigentes principales ni de sus
comandantes. Ayer, 15 personas murieron en un ataque contra la casa del jefe de
la policía de Gaza, según informaron a Reuters fuentes del Ministerio de
Sanidad.
Hamás
y la Yihad Islámica siguieron disparando cohetes contra Israel. Según las
cuentas oficiales del Ejército, ayer lanzaron 36 proyectiles de diferentes
potencias. En total ya suman más de 550 desde el martes, lanzados pese a que
Israel bombardea la Franja cada pocos minutos. Causaron el viernes su primer
herido de consideración en una semana de guerra, un hombre de 61 años en
Ashdod. Hamás lanzo anoche varios cohetes contra Tel Aviv de los que cuatro
fueron interceptados.
El cirujano Sobhi Skaik, director clínico del gran hospital
de Al Shifa, lamentaba el sábado “la perversión” de llamar “ataques
quirúrgicos” a los bombardeos
israelíes con drones. Han llenado su clínica de amputados como Rashid
Kafernah, un policía de 30 años herido por uno de esos pequeños misiles. Su
madre, Feryal, lo espera “día y noche desde el miércoles” en una esquina del
vestíbulo del hospital. Quizá sobreviva. Explicó el veterano medico que las
esquirlas de estas bombas “siegan los miembros como cuchillas”.
Su jefe Naser Tatar no ha dormido “mas de una hora seguida”
desde el domingo. Con aspecto de cansancio atroz, el director del Al Shifa
explicaba en su despacho que “la situación ya es mucho peor que en [las
operaciones militares israelíes de] 2008 y 2012”. En Gaza hay carencias desde
el cerco impuesto por Israel tras la guerra civil que en 2007 separó Gaza,
controlada por los islamistas de Hamás, de la Cisjordania gobernada por Al
Fatah. Se agravaron con el golpe de Estado que depuso hace un año al Gobiernos
islamista de Mohamed Morsi, aliado de Hamás en Egipto. En el Al Shifa “ya
escasean la adrenalina, la anestesia, los antibióticos…", según explicó
Tatar en sorprendente orden alfabético antes de dar a entender con un gesto que
ya escasea todo. La necesidades se han cuadruplicado desde que duran los
bombardeos israelíes.
Si llega la temida invasión terrestre, “volverá a
duplicarse” según Tatar. La carencia pasará a emergencia “y habrá que quedarse
mirando cómo se nos mueren los heridos”. La UCI del Al Shifa ya estaba el
sábado "al borde de su capacidad". Hace dos semanas que no reciben
mas suministros que “aparatos para diálisis; nada para emergencias”.
Desde Gaza resulta complicado encontrarle algún sentido
político a estas hostilidades, cuyo desenlace es imposible de predecir. Hamás
tiene muy poco que perder en una región depauperada, cercada por Israel y
aislada por tierra, mar y aire desde que Egipto cerró su frontera tras la caída
de Morsi. Un guerra unifica a la población y relega otras penurias a segundo
plano. Si esta es la ganancia que buscan los líderes de Hamás, se arriesgan a
que la destrucción termine por afectarles a ellos.
Por su parte, el primer ministro de Israel, Benjamín
Netanyahu, ha apaciguado con la guerra a los socios más derechistas de su
coalición de Gobierno, que pedían más mano dura con Hamás. Se arriesga a que la
situación se desboque hacia otra Intifada. Además, su aplastante superioridad
militar y la clamorosa desproporción entre los daños que sufre Israel y los que
inflige a los palestinos seguirán socavando su imagen internacional. Sean
cuales sean los cálculos, los 1,8 millones de habitantes de Gaza pagan su
disparatada factura.
Los ministro de Exteriores de EE UU, Reino Unido, Francia y
Alemania, que se reúnen hoy en Viena, han anunciado que intentarán conducir a
ambas partes hacia un alto el fuego.
Fuente: El País
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